jueves, 19 de octubre de 2017

Adiós Chávez, ¡bienvenido Maduro!

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Por arte de magia y contra todo pronóstico, Nicolás Maduro se convirtió en el porta-aviones político más importante del país. Ni siquiera Chávez, en sus momentos de gloria, fue capaz de realizar semejantes prodigios. Nicolás es un caso digno de ser analizado porque, a pesar de ser el culpable de la más espantosa crisis que los venezolanos hayamos vivido, obtuvo el 30 de julio la más alta votación del Psuv desde su creación. Dos meses y medio después, con una merma de 3 millones de votos, su partido gana 18 de las 23 gobernaciones del país. La palabra para calificar esa proeza es la huracán electoral; sin duda, el fenómeno político más impactante de los últimos sesenta años de la política venezolana.

Con los resultados de las últimas elecciones, Maduro hace su entrada triunfal a la política venezolana, dejando atrás el legado e influencia del otrora líder de la revolución bolivariana. Chávez jamás pudo obtener los 10 millones que tanto deseó en cada una de las elecciones en las que participó; Maduro estuvo cerquita de esa aspiración revolucionaria. Cuando el país estaba en mejores condiciones económicas, el oficialismo obtuvo 15 gobernaciones; con esta crisis espantosa, Maduro se alza con 18 gobernaciones. ¿Cuáles son las razones para alcanzar tan épicas victorias electorales?

Tratemos de encontrar una explicación lógica a este realismo mágico en el que nos sucumbió Nicolás Maduro. El comportamiento electoral plantea que la situación económica de los electores influye en su decisión de voto, máxime si el desempeño de la economía es imputable al gobierno. En términos más simples, si los electores perciben que la situación económica del país es buena y personalmente les está yendo bien, con bastante probabilidad la mayoría vota a favor del gobierno y de sus candidatos; si, por el contrario, la economía registra, como es el caso de Venezuela, la inflación más alta del planeta, escasez de comida y medicinas, hambre y pobreza, empleos miserables, entonces, la lógica electoral apunta que la mayoría de los electores vota para castigar al gobierno, como culpable de sus desgracias. Esta razón pareciera no ser la causa del caudal de votos que recibió el Psuv en las dos últimas elecciones, habida cuenta que Venezuela se perfila como la economía con el peor desempeño en el mundo.

Otra variable a considerar es la esperanza. Los electores votan por candidatos que garanticen mejores expectativas de vida sustentadas en un cambio para mejorar. A tal efecto, las encuestas de Consultores 21 revelan que siete de cada diez venezolanos consideran que el gobierno de Maduro no es capaz de producir los cambios que quieren para Venezuela; asimismo, sólo el 18% de los venezolanos califica positivamente su gestión. Es decir que el 80% de los venezolanos piensa que el gobierno de Maduro es tan malo que no es posible alcanzar un cambio para mejorar la crisis de la nación. Con estas cifras, resulta ingenuo creer que los venezolanos votan masivamente a favor de su verdugo.

¿Cuál es la razón del milagro electoral madurista? Tendremos que analizar los factores que gravitan alrededor del proceso estrictamente electoral, ya que las razones ya evaluadas le son francamente desfavorables al régimen. Por todos es conocida la afinidad y parcialidad del CNE con el oficialismo; otros más osados afirman que esa relación es absoluta subordinación a Miraflores. Desde hace bastante tiempo el CNE viene preparando el terreno electoral, consciente que cualquier elección, en condiciones normales y equitativas, son desfavorable al oficialismo. La tarea para evitar el descalabro electoral empezó cuando el CNE impidió el año pasado la activación y realización del RR, cerrando la salida electoral a la crisis nacional. Después, vino la etapa de protestas, con el trágico desenlace de más de 120 asesinados por las fuerzas represivas del régimen, que culminó con la elección de la constituyente. Estos eventos generaron un sentimiento de frustración y desánimo en los opositores al no producirse la salida de Maduro. En este escenario de desolación colectiva y conflictividad interna entre la MUD, el CNE convoca elecciones regionales con un atraso de diez meses.

Sorprendidos de la participación de la oposición en esas elecciones, el CNE inicia una nueva etapa en la delincuencia electoral venezolana: a) no se permitió la sustitución de los candidatos que habían perdido en las elecciones primarias de la MUD, anulándose los votos obtenidos por esos candidatos; b) se reubicaron centros electorales de manera inconsulta e inoportuna, violando el derecho de los electores a ejercer el voto. Sólo en el estado Miranda, las reubicaciones afectaron a más de 200 mil electores, un millón en el territorio nacional. De manera escandalosa, el CNE reubicó centros hasta la noche del viernes 13 de octubre, a escasas 48 horas del proceso comicial; c) otro exabrupto –o delito electoral- fue el saboteo grosero en la acreditación de los testigos de la oposición. En muchos centros electorales, militantes del Psuv fungieron como testigos de los partidos de la oposición, con la anuencia del CNE. El día de las elecciones, el Psuv en combinación con el Plan República, impidió en muchos centros la presencia de los testigos durante horas o a lo largo del proceso, con lo cual resultó imposible defender los votos e impedir que “electores ausentes” votasen por los candidatos oficialistas. El día D fue exitoso para Maduro y sus candidatos con la anuencia del árbitro y los militares.

A partir del 30 de julio, el régimen implementó una estrategia quirúrgica para rebanar la mayor cantidad de votos a la oposición, con resultados extraordinarios, y sin ningún tipo de escrúpulos. La estrategia es el fraude sistémico que no puede probarse al cotejar las actas con el voto electrónico, pues, la trampa se dio desde el mismo momento de la convocatoria a las elecciones. A esto se le agrega la disminución significativa de la participación electoral favorable al oficialismo. En el caso del Zulia, el 15-O participó el 55% del padrón electoral en contra del 72% que votó en el 2015, con una diferencia de 17% menos. Los resultados de ambas elecciones están a la vista.

Con este escenario, ¿qué deberíamos hacer? Sin pretender establecer el ABC estratégico para la oposición, me atrevo a dar algunas sugerencias: 1) rescatar el valor del voto como mecanismo de lucha política para alcanzar la libertad y la reinstitucionalización democrática de la República; los demócratas no tenemos una mejor opción; b) superar las culpas y complejos de la derrota, a fin que la dirigencia democrática se esfuerce en el ejercicio de la unidad plena, deslastrada de intereses y visiones particulares; de lo contrario, se profundizará la radicalización de la oposición entre abstencionistas y participacionistas. El voto es un derecho ciudadano y no una gracia del régimen; 3) mayor involucramiento ciudadano en la organización electoral, pues, los partidos no son los únicos responsables de esta tarea; 4) cuidar y consolidar el interés internacional sobre la crisis venezolana; 5) implementar una visión proactiva y de defensa permanente frente a los abusos y atropellos del régimen; y, 6) sacudirnos el polvo de las sandalias y continuar con esta lucha compleja porque lo contrario significa entregarle el país a una minoría de delincuentes e inmorales.

Profesor Titular de LUZ

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