miércoles, 9 de julio de 2014


La arrogancia: una mala elección

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Muchos testimonios ilustran la malignidad de la arrogancia. Un ser arrogante es esclavo de la debilidad y del miedo, a pesar de la altanería, la soberbia y el sentimiento de superioridad con el que trata a sus semejantes. Dice Gabriel García Márquez que “un hombre sólo tiene derecho a mirar a otro hacia abajo, cuando ha de ayudarle a levantarse”, frase llena de autenticidad por la sencillez y humildad con la que este hombre vivió su vida plena de éxitos y de reconocimientos universales.

El tema de la arrogancia lo traigo a colación al observar las actuaciones de algunos equipos que compiten en el torneo más importante del planeta, como es la Copa Mundial de Futbol. El deporte, al igual que cualquier actividad del quehacer humano, está lleno de sentimientos y pasiones encontradas que a veces pueden generar conductas que rayan en la burla, el irrespeto y la proyección de superioridad frente al que consideran más débil o sin méritos suficientes para competir. Quien así actúa está predestinado al fracaso y al desprecio de aquellos que se sienten ofendidos. La actuación de la selección brasileña, antes de la paliza que le propinó Alemania el pasado 8 de julio, resultó diferente a la de tristeza y lágrimas que los embargó después de la derrota; se creyeron indestructibles, superiores, con capacidad suficiente para convertirse por sexta vez en los campeones del mundo; no proyectaron el mínimo rasgo de humildad. Después del Maracanazo (1950), éste ha sido el descalabro más descomunal de su trayectoria futbolística, con el agravante que aquel incidente hoy luce opacado ante tan inexplicable revés. Con razón, Séneca, filósofo romano, afirma que “es pasajera la felicidad de todos esos que ves caminar con arrogancia”.

Estas experiencias deben servirnos de reflexión y autocrítica porque son más frecuentes y comunes de lo que podemos pensar. La vida nos enseña que no podemos andar por el mundo irrespetando y despreciando a quienes nos rodean, basados en el poder, la fama, la riqueza, la belleza física o la sabiduría, todos atributos efímeros que se acrecientan sólo si los aprovechamos con humildad, sencillez y sentido común.

El gobernante sabio es aquel que usa el poder para crear condiciones óptimas que posibiliten el mayor grado de bienestar a sus gobernados; cuando, por el contrario, lo usa para proyectar un orgullo excesivo sobre su persona, exigiendo reconocimientos desmedidos y privilegios que no le corresponden, es un déspota arrogante, un tirano indigno de gobernar su país, como es el caso de Venezuela en estos últimos 15 años. Asimismo, el rico debe usar su dinero para contribuir con el progreso de la sociedad creando empleos productivos y de calidad, sin menoscabar el respeto y la dignidad que se merecen sus subordinados. Usar la riqueza para humillar y aprovecharse de sus semejantes, es un acto cruel que merece el desprecio unánime de la sociedad y el castigo implacable de las leyes.

El deportista humilde es aquel que usa sus habilidades y capacidad física para llenar de gloria a su equipo y a su país, preservando las normas de respeto y consideración con quienes compite. El deporte es la antítesis de la arrogancia; debe practicarse como un don maravilloso que transmite vida, salud, superación y compañerismo.

Por último, el sabio, el científico, el docente debe usar sus conocimientos para el engrandecimiento intelectual y espiritual de sus discípulos, transmitiéndole valores de apego al trabajo,  responsabilidad, superación y compromiso con su familia y el país. El mejor maestro es aquel que hace gala de su humildad y paciencia para educar a alumnos que en el futuro puedan superarlo.

Hacer uso de los dones que Dios nos regaló para cultivar la soberbia, la altanería, la superioridad y el desprecio por el prójimo, son actitudes que debemos desterrar de nuestros corazones para sentirnos tranquilos con nuestras conciencias, convencidos que estamos cumpliendo con nuestro deber de seres humanos agradecidos con las maravillas que el Todopoderoso nos regala con cada amanecer porque, como nos dice San Juan Pablo II, “Dios se deja conquistar por el humilde y rechaza la soberbia del arrogante”.
                                                                       Profesor Titular de LUZ  

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