miércoles, 25 de febrero de 2015


Asesinos del futuro

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)
 
                “La más importante batalla por la libertad de nuestros días se da en
          las calles de Venezuela y tiene rostro juvenil. Tarde o temprano, triunfarán”
                                   Mario Vargas Llosa
 

La vida es un don maravilloso que proviene de la gracia de Dios y un derecho fundamental consagrado por las Constituciones de las naciones civilizadas y democráticas del mundo. Nadie por poderoso que sea, tiene la facultad de violar ese sagrado derecho. Lo contrario es sembrar la cultura de la muerte como expresión evidente de la degradación ética, espiritual y moral de la sociedad.

En Venezuela desde hace bastante tiempo los valores se invirtieron, dando paso al odio, la división y el resentimiento social que han desembocado en una espiral de violencia que está llegando a situaciones inimaginables. La vida en nuestro país poco vale, no sólo para el hampa que asesina a mansalva a cientos de venezolanos cada fin de semana, sino para el régimen que desprecia la vida de quienes nos oponemos a esta revolución farsante y corrupta autorizando, a través de la resolución 8.610, el uso de las armas de fuego para reprimir manifestaciones pacíficas, trayendo como resultado el asesinato de jóvenes inocentes como es el caso de Kluiberth Roa, estudiante tachirense de apenas 14 años, que recibió un disparo en la cabeza por parte de un efectivo de la Policía Nacional Bolivariana, aunado a otras muertes acaecidas recientemente en Caracas y Mérida bajo circunstancias muy sospechosas.

Cuando un régimen basa su permanencia en el poder, ufanándose en la represión, la persecución, la criminalización de la disidencia, la cárcel arbitraria de líderes democráticos, como Leopoldo López, Antonio Ledezma, Daniel Ceballos y otros tantos, y en el asesinato de jóvenes cuyo delito es protestar por razones legítimas, estamos presenciado el fin del ropaje democrático con el que en algún momento se vistió el régimen, para dar paso a un sistema dictatorial que no tiene respeto alguno por la vida ni por los derechos constitucionales de sus compatriotas. Cuando el régimen hace uso ilegal de la violencia y la coerción, las cosas empiezan a podrirse en su interior y, en esa etapa, cualquier cosa puede suceder porque no existe ni el espíritu democrático ni la reserva moral que provee de legitimidad y respeto hacia un gobierno.

Los pueblos pueden soportar muchas traiciones y errores de sus gobernantes, pero la violación del derecho supremo de la vida mediante asesinatos atroces, es algo que difícilmente se borra de la mente de los pueblos, clamando tarde o temprano por la justicia que permita cerrar tan profundas heridas. Pero, además, los derechos humanos es un tema que cobra mayor fuerza y vigencia en el mundo contemporáneo; existen múltiples instancias que abogan por su respeto y por el castigo de aquellos que usando el poder perpetraron diversos delitos que jamás prescriben.

De manera, pues, que el vil asesinato de Kluiberth, que en paz descanse, no sólo nos horroriza en nuestra condición de padres que anhelamos para nuestros hijos una larga vida, acompañada de condiciones materiales y espirituales propicias para su desarrollo y formación como seres humanos íntegros, sino que enciende las alarmas  de los ciudadanos de un país asediado por un régimen que además de su probada incapacidad para gobernar, utiliza la justicia para defender sus intereses y abusos, aunque ello signifique asesinar el futuro del país, reflejado en el rostro de esperanza y perseverancia de jóvenes que luchan incansablemente por un país verdaderamente libre, con justicia y oportunidades de progreso para todos. Un país donde todos nos sintamos respetados y representados; un país donde su gobierno y la sociedad caminen unidos para defender por encima de cualquier circunstancia la cultura de la vida en contra de la muerte y la violencia.  

Decía el ex presidente Herrera Campíns, famoso por sus refranes populares, que la política es como una ruleta de circo, unas veces estamos arriba y otras veces estamos abajo; por eso, los conspicuos dirigentes del régimen deben estar conscientes que ellos también son padres y que, dentro de un escenario de violencia y odio como la que ellos pregonan, sus hijos también pueden ser víctimas de una muerte absolutamente injustificable.

Presidente Maduro, haga realidad sus deseos de paz, democracia y respeto para todos los venezolanos, porque existen muchos testimonios donde la historia jamás ha perdonado a los gobernantes que, por sus apetencias personales y su deseos de poder, se convirtieron en dictadores y verdugos de sus pueblos. Recuerde, además, que “obras son amores y no buenas razones”.

Profesor Titular de LUZ

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