¿A
qué está jugando el gobierno?
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
Resulta
incomprensible, desde toda lógica política, la actitud asumida por el gobierno
de Nicolás Maduro evidenciada en la absoluta inacción y parálisis del régimen,
la radicalización de acciones y posturas rechazadas por la inmensa mayoría de
los venezolanos y la reiterada negativa de rectificar y asumir la
responsabilidad de sus propios errores. Frente a la grave crisis que
experimenta el país, tenemos derecho a pensar que sencillamente el régimen está
buscándole las cinco patas al gato.
Podría
decirse que ésta es la actitud natural de un gobierno inmaduro que se lo tragó
la crisis, o que su soberbia es tan grande que la rectificación resulta un
espejismo de ingenuos. Pero lo grave es que ésta crisis no sólo está
destruyendo a los venezolanos, sino que amenaza con destruir el legado, el
recuerdo y la sobrevivencia misma del chavismo, por eso hacemos referencia al refrán
popular “piensa mal y acertarás”.
Este
gobierno está agotando la paciencia de los venezolanos. Es inadmisible que el régimen
siga aplicando las estrategias equivocadas que pulverizaron el gigantesco apoyo
popular del que una vez disfrutó Hugo Chávez; estrategias políticas y económicas
que recibieron el contundente rechazo de casi 8 millones de venezolanos; hoy día,
el chavismo se ha convertido en un grupo escuálido personificado por la dupla
perversa Maduro-Cabello. A ellos no les importa absolutamente nada; ni la destrucción
entera del país y de los venezolanos, ni
mucho menos la vigencia de la revolución. Maduro pareciera estar jugando a una épica
que trate de limpiarle el rostro y siga responsabilizando a otros de la
desgracia que por su incapacidad estamos padeciendo.
Todo
indica que Maduro no va a renunciar por su propia decisión, a pesar de que su
salida del poder se haya convertido en necesidad nacional; no obstante, la
injerencia de poderosos intereses de la cúpula gobernante, donde el estrato
militar es fundamental, pudiera obligarlo a dar ese paso que, a todas luces,
sería la mayor demostración de su incapacidad para gobernar Venezuela. Ahora, podríamos
preguntarnos, ¿si no quiere renunciar pero tampoco sabe gobernar, a qué está
jugando?
El
régimen está jugando a la desestabilización del país; a la posibilidad que
mecanismos de facto auspiciados desde su interior, lo desalojen del poder
porque, en mi modesta opinión, este gobierno no tiene la fuerza, ni el apoyo,
ni los pulmones necesarios para darse un autogolpe; ambas opciones, golpe o
auto golpe, serian nefastos tanto para el país como lo que queda de revolución.
Sin
embargo, la posibilidad de un golpe podría darle a Maduro la posibilidad de
victimizarse; de jugar a una épica absurda pero que lo exculparía de sus
errores históricos y le permitiría colocar en los hombros de otros, la pesada
responsabilidad de haber acabado con un país absolutamente inarruinable.
Semejante estupidez, pero no encuentro otra explicación ante la ausencia e
inmoralidad de un régimen al que la crisis pareciera no quitarle el sueño.
Estas
reflexiones las hago porque este régimen no tiene vocación de diálogo, ni
voluntad para llegar acuerdos, ni muchos menos disposición para propiciar los
cambios que exige la sociedad, los cuales pudieran emerger a través de una
dolorosa explosión social, o mediante atajos que echen por la borda la
democracia. En consecuencia, la tentación desestabilizadora se constituye para
el régimen en un salvoconducto, no importa que propicie su autodestrucción,
pero quedaría satisfecho con el aniquilamiento definitivo de la precaria
institucionalidad que aún persiste en el país. Destruir lo que queda de
Venezuela, sería la mejor estrategia de este macabro juego.
Estos
son escenarios posibles pero, a todas luces, inconvenientes para Venezuela. Los
factores democráticos de la nación están en la obligación de desenmascarar al régimen;
poner al descubierto sus intenciones golpistas que alargarían la tragedia que
estamos viviendo. Nuestra nación no debe aceptar la irresponsabilidad de un
gobierno que está incubando la desestabilización como única opción para
deslastrarse de sus pecados. Por tal razón, es imprescindible que la unidad democrática
inicie un proceso de cambio constitucional, pacífico y electoral que facilite
el desalojo de Maduro del poder y, darnos la oportunidad de construir, sobre
las cenizas de la revolución, un mejor país para todos.
La
unidad democrática está en la obligación de copar todos los espacios de la vida
pública nacional y no tener a la Asamblea Nacional como su única trinchera. Es
necesario iniciar una movilización nacional que sensibilice a la opinión
pública a favor del cambio, imprimiéndole la legitimidad suficiente para dar
tan importante paso. En este esfuerzo, la MUD debe convertirse nuevamente en la
principal referencia política del país, fortaleciendo el papel protagónico de
la oposición en la Asamblea, pero simultáneamente
estimulando la presencia multitudinaria en barrios, urbanizaciones, pueblos y
ciudades de Venezuela. Desde esa perspectiva, podemos hacer legítimo uso de los
diferentes mecanismos que nos proporciona la Constitución para apresurar el
cambio de gobierno que con tantas ansias anhelamos.
La
Unidad Democrática tiene el compromiso de actuar diferente de quienes han
destruido los sueños y esperanzas de los venezolanos; está en la obligación de
actuar con inteligencia y desprendimiento, señalando el rumbo correcto por el
que debemos transitar de cara a la peor crisis de nuestra historia republicana.
Los
venezolanos exigimos contundencia, determinación y valentía de parte de los
factores democráticos, haciendo uso de la Constitución, rechazando los atajos,
pero con la claridad suficiente para que todos seamos protagonistas de este
parto que dará a luz a un país libre, democrático, unido, con progreso y
oportunidades para todos. Es hora de la política en grande, aquella que sea
capaz de echar a un lado los intereses pequeños y mezquinos que atentan contra
el cambio por el que estamos luchando.
Profesor Titular de LUZ
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