martes, 23 de febrero de 2016

…El saber nada te vale
Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Nuestro país está patas arriba al igual que el régimen de Nicolás Maduro. Lo que debe ser lógico y normal, aquí es anormal y excepcional. Hicieron de Venezuela una nación donde los corruptos e incapaces son los que nos gobiernan, y los que menos estudian tienen el privilegio de ganar más dinero que los profesionales, haciendo realidad el adagio popular “suerte te de Dios que el saber nada te vale”.   

En un mundo donde la globalización promueve la sociedad del conocimiento y la tecnología, acompañada de una mayor especialización profesional, en Venezuela en cambio se privilegia la mediocridad, el bachaqueo y otras actividades informales como mecanismos para generar riqueza y bienestar personal y familiar.

Atrás quedaron los días donde la educación era un factor clave en la movilidad social y en una mejor calidad de vida, antídoto de la pobreza y la marginalidad. En el primer periodo de la democracia (1958-1998), gracias a la educación, los venezolanos alcanzamos importantes avances sociales; la universidad democrática, popular y autónoma logró sacar de la pobreza a millones de familias que formaron parte de una vigorosa clase media con mucho más oportunidades que las generaciones anteriores. La educación fortaleció la visión de progreso de los venezolanos, nos permitió conocer otros países proporcionándonos la posibilidad de contrastar realidades y superarnos para enfrentar las adversidades. No tengo dudas, a pesar del masivo fraude propagandístico del régimen, que la educación fue la verdadera revolución en la mal llamada IV República.

De ser una nación empobrecida, rural y analfabeta, fuimos la nación latinoamericana con la mayor matrícula universitaria, profesionales con el más alto nivel académico y con disposición de asumir los retos de una sociedad cercana a la modernidad. Hoy día de poco vale el estudio y la calificación profesional para lograr mejores condiciones de vida, realidad decretada por un grupo de inadaptados y resentidos sociales que le temen a las ideas y al conocimiento, porque su visión del hombre nuevo es imagen y semejanza de la corrupción, la servidumbre y la mediocridad profesional.

Con profunda indignación e impotencia observamos a diario la diáspora de talentos venezolanos. Profesionales altamente calificados deben emigrar a otras naciones en búsqueda de lo que este régimen les niega; esos talentos que tanta falta nos harán cuando el cambio sea una realidad, estarán prestando sus habilidades y capacidades altamente valoradas en otras naciones del mundo. No sólo escasea la comida, las medicinas, la seguridad, el progreso, la justicia y la libertad, sino el talento necesario para construir, sobre las cenizas revolucionarias, una Venezuela mejor como la que todos soñamos.

Qué podemos decir de los profesionales que deseamos o que debemos quedarnos en el país por diferentes razones; la tragedia que vivimos es igualmente infernal. Salarios miserables, condiciones laborales inhóspitas y la desgracia de lo poco que valen nuestros estudios y formación. Un bachaquero, un contrabandista de combustible, un gestor informal de trámites burocráticos, gana mucho más que un profesor universitario, un ingeniero, un médico o un maestro de escuela, con el agravante que los profesionales educan, construyen, inventan, generan progreso, mientras que los otros son delincuentes que dejan una estela de vicios y antivalores que nos degradan como sociedad.

Pero igual ocurre con las actividades y oficios artesanales de buena procedencia. Cualquier trabajo realizado por un mecánico, un técnico no profesional o un plomero cuesta el ojo de una cara. Al escuchar lo que cuestan sus servicios, nos infartamos porque muchas veces lo que cobran por una o dos horas de trabajo, es lo que a duras penas ganamos en un mes. No existe proporción alguna. El trabajo de los profesionales vale muchísimo menos que el de cualquier trabajador sin educación formal, con el agravante que cada vez que decretan un aumento del salario mínimo se deterioran aún más nuestros salarios de hambre.

La consecuencia directa de esta contradicción es la pérdida del valor del estudio como mecanismo idóneo para progresar en la vida, mediante trabajos productivos o iniciativas personales que fortalecen la economía y la sociedad. Para los que nos dedicamos a la docencia, resulta cada vez más difícil motivar a nuestros jóvenes a que estudien y se preparen para alcanzar el éxito, porque sus principales referentes son la escoria que sin méritos ni esfuerzos viven mejor que ellos.

Afortunadamente no todo está perdido. Todavía tenemos tiempo y oportunidades de edificar una sociedad donde los valores del estudio, el esfuerzo, la perseverancia y la honestidad se conviertan en pilares fundamentales de los venezolanos que ahora debemos sacrificarnos más que antes para alcanzar el bienestar que merecemos.

El reto de las familias es inculcarles a sus hijos que el pan diario debe ganarse con educación, trabajo y honestidad porque lo contrario significa, como diría el Papa Francisco, llevar a la casa un pan sucio producto de la corrupción. Sin educación no podremos construir una Venezuela decente porque en definitiva los buenos ciudadanos y los profesionales de calidad son los responsables directos de elegir un buen gobierno, diferente a los corruptos, ignorantes e incapaces que nos han gobernado en los últimos 17 años. Ese es uno de los mayores retos que debemos enfrentar como sociedad en el corto y mediano plazo.

                                    Profesor Titular de LUZ

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