lunes, 7 de marzo de 2016

El fin de la fiesta populista

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El populismo es un concepto político normalmente asociado con la defensa de los intereses del pueblo, entendido como el grupo social mayoritario de una nación. Los políticos que practican el populismo, como antítesis del execrado neoliberalismo, se aprovechan de las necesidades de los más débiles para llegar y mantenerse en el poder indefinidamente.

Teóricamente hablando, el populismo es mucho menos complejo de lo que pretenden hacernos creer sus practicantes de oficio. Se trata, en definitiva, de una simplificación dicotómica y el claro predominio de argumentos emocionales sobre los racionales, basados en un fuerte liderazgo carismático, intensa movilización popular y propuestas de igualdad social. Con tales planteamientos, los populistas juegan a la anti política, se abrogan la exclusividad del cambio y deslegitiman cualquier proyecto político que discrepe del suyo. Dentro de este modelo político, los ciudadanos son sustituidos por el pueblo, al que se le considera una masa amorfa, sin criterio propio y absolutamente fiel al caudillo que les prometió su redención social.

A falta de argumentos racionales, el populista apela a la emoción, al corazón de la gente, con el propósito de generar lazos de “amor y lealtad” que neutralicen la inteligencia colectiva capaz de delatar sus más oscuros proyectos. Resquebrajado el raciocinio de las personas, el populista hace fiesta con su ingenuidad y con la esperanza inoculada de que efectivamente el ‘”salvador de la patria” traerá la felicidad que los demás políticos les niegan.

Con el advenimiento del siglo XXI, los vientos huracanados del populismo se adentraron en el alma de América Latina, con la pretensión de quedarse para siempre en el poder. Afortunadamente la historia es cíclica y sujeta a cambios permanentes. A pesar de los ingentes esfuerzos –entiéndase tropelías, violaciones a la Constitución, ventajismo y uso abusivo e inmoral del poder- para eternizarse en el gobierno de sus naciones, el duro peso de la realidad nos advierte que el fin de la fiesta populista está más cerca cada día. Y hablo de fiesta porque, gracias al populismo, la elite gobernante y sus más cercanos colaboradores se enriquecieron grotescamente a costa de la miseria de los pueblos, cuyos sueños fueron violados y destruidas sus esperanzas en un mejor futuro.

El fin está cerca aunque cueste creerlo. Poco a poco se aclaran los nubarrones a los que el populismo nos tenía sometido. En Argentina, gracias al voto mayoritario por el cambio, fue superada una de las más oscuras épocas de su historia, liderada por el dúo catastrófico de los Kirchner. Atrás quedó el estilo arrogante, inmoral y autoritario de la nefasta Cristina, para dar paso al gobierno de Macri cuyo reto más exigente es devolverles a los argentinos una sociedad libre, democrática y referencia del buen manejo económico en la región. Las pretensiones de reelección indefinida de Evo Morales acaban de ser derrotadas, a pesar de la prepotente posición del régimen de desconocer la proximidad del fin de una era caracterizada por los vicios y corruptelas propias del autoritarismo izquierdoso.

La semana pasada, la justicia tocó las puertas del reinado del Partido de los Trabajadores de Brasil, cuyo líder más conspicuo es Lula Da Silva, investigado por una red de corrupción que operaba en su gobierno desde Petrobras. Sin duda, esto salpica la deteriorada popularidad de la presidenta Dilma Rouseff que, en los últimos meses, se ha visto asediada por multitudinarias protestas y una opinión pública que demanda pulcritud en la administración de los dineros del Estado y la restitución de beneficios sociales que permitan mejorar la calidad de vida de los brasileños. Todo parece indicar que el fin de ese modelo político también está muy cerca.

Y en Venezuela, ¿qué está pasando? La temprana muerte de Chávez marcó el inicio del fin. Su sucesor, Nicolás Maduro, ha demostrado hasta la saciedad su increíble incapacidad para enderezar los entuertos estructurales que heredó de su mentor. En sus manos, la revolución apenas vive, sólo aguarda por la ruptura definitiva de la paciencia y aguante de un país que perdió toda posibilidad de progresar con un régimen que resultó la más grande estafa de nuestra historia republicana.

Durante estos 17 años, Venezuela pasó de ser el principal país petrolero de la región a convertirse en el principal exportador del modelo populista y revolucionario en América Latina. Apoyado en la portentosa chequera petrolera, Chávez financió las pretensiones hegemónicas de un grupo de líderes de la región cargados de resentimientos sociales y amantes del más rancio autoritarismo tropical.

Las banderas de cambio y redención social enarboladas por el populismo chavista y sus compinches, fraguaron la ruina de nuestras naciones, especialmente Venezuela y Argentina, porque la libertad se convirtió en autoritarismo; la honestidad en la más grotesca corrupción y saqueo; la justicia devino en arbitrariedad e ilegalidad; la inclusión se transformó en sectarismo violador de la dignidad humana y el progreso en pavorosa pobreza y mendicidad. Ese populismo perverso y destructor tiene sus días contados.

Dios quiera que nunca más la emoción y las falsas esperanzas, se apoderen de nuestra inteligencia y del buen juicio para impedir elegir de nuevo a un mesías que, junto a sus apetencias y locuras, nos arrastre al foso que tantas desgracias nos ha traído como sociedad. Aprendamos la lección y luchemos unidos para combatir el veneno de un populismo izquierdoso, obsoleto y autoritario como el de Chávez, Maduro, Cristina, Evo, Correa, Ortega y el de tantos charlatanes de pacotilla que han pretendido arruinarnos como sociedad moderna, civilizada y democrática.

                                    Profesor Titular de LUZ

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