miércoles, 2 de marzo de 2016

El privilegio militar

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

En las sociedades modernas y democráticas, el poder está en manos de los civiles y los militares desempeñan funciones de seguridad nacional. En pocas palabras, los civiles en el gobierno y los militares en los cuarteles, de manera que cada sector cumpla lo más eficientemente posible las atribuciones establecidas por la Constitución.

En América Latina, la tentación de los militares para tomar el poder o formar parte del gobierno ha sido muy frecuente, con resultados más negativos que positivos. Venezuela no ha sido la excepción. Los militares han jugado un papel estelar en los acontecimientos políticos de la nación, tanto en dictaduras como en la democracia. Los militares se han inmiscuido en la política mucho más de lo que quisiéramos, llegando a creer que son ellos los únicos garantes de la estabilidad democrática. Otras veces, es el pueblo quien les ha endosado virtudes mágicas para resolver el caos y las tragedias de la sociedad, percibiéndolos como una suerte de salvadores de la patria. Hace 17 años elegimos un militar salvador que terminó destruyendo los cimientos del país, colocándonos en una situación de minusvalía y pobreza como nunca antes la habíamos experimentado.

Mientras más dependamos de los militares para preservar la institucionalidad, mayor será el déficit democrático y más lejos el verdadero concepto de República. La presencia de los militares en el gobierno es contraria a los valores democráticos, tales como la pluralidad de ideas, la disidencia, las negociaciones y los acuerdos, aspectos inexistentes en la mentalidad cerrada, disciplinada, obediente y autoritaria de los militares, prestos para la resolución de los conflictos a través del uso de las armas y la violencia.  

Normalmente, los golpes de estado han representado la vía más expedita para que los militares tomen el poder, con la pretensión de eternizarse mediante el control absoluto de la sociedad. Pero en ocasiones, como es el caso venezolano, un militar llegó al poder a través de elecciones libres y democráticas, para comportarse después exactamente igual que un dictador, pero levantando  postulados de una revolución barnizada por una izquierda troglodita y autoritaria. Con Chávez, los militares se convirtieron en un clan que disfrutó de los mayores privilegios y prebendas, a cambio de la absoluta y servil lealtad al comandante supremo. Se inició así un proceso de pretorianizacion de las fuerzas armadas, evidenciada en la defensa ardorosa y parcialización inescrupulosa del proyecto chavista, en desmedro de la institucionalidad que están obligados respetar por mandato constitucional.

Con Maduro, la participación de los militares en el gobierno se ha acrecentado; siguen siendo la cúpula del poder dentro de la revolución pero con una significativa diferencia, ahora es el presidente quien les debe lealtad a los militares como condición para continuar en el poder, a falta de apoyo y legitimidad popular. Nicolás Maduro es un preso del poder militar y de los radicales de la revolución. Sin el apoyo de los primeros su permanencia en el poder no está garantizada.

A cambio del apoyo utilitario de los militares, Maduro los ha convertido en un apéndice de su gobierno, otorgándole atribuciones que ni siquiera Chávez hubiese imaginado. Son los encargados del control, distribución y comercialización de alimentos regulados y no regulados; dirigen el sector eléctrico y las finanzas públicas; construyen viviendas; son gobernadores de la mayoría de los estados de la República; administran gran parte de las empresas intervenidas y, ahora, como si fuera poco, el régimen acaba de crear una empresa de petróleo y minería, adscrita al Ministerio de la Defensa, con competencias para extraer, distribuir y comercializar hidrocarburos y minerales. Resulta que los militares venezolanos también son petroleros, dejando muy mal parada a la arruinada y saqueada PDVSA.

Pero los militares venezolanos son también productores agropecuarios, al encargarlos de un nuevo programa referente a la agricultura productiva. Definitivamente, nuestros militares están en todas las dependencias del gobierno, menos en aquellas áreas donde le corresponde actuar, como son las fronteras castigando el contrabando de alimentos y combustibles, el narcotráfico y otros delitos que se han enquistado en el país bajo su mirada cómplice. No los vemos en los pueblos ni en las ciudades combatiendo el cáncer de la inseguridad que produce, cada fin de semana, más muertes que en cualquier nación enfrentada por guerras civiles.

Necesitamos un cambio de rumbo; cambiar este modelo político incapaz, corrupto e inmoral representado en la figura de Nicolás Maduro y sus acólitos; pero también necesitamos con urgencia refundar la República, donde los militares asuman plenamente las atribuciones que le otorga la Carta Magna y, de esa manera, se restituya la institucionalidad democrática en manos exclusivas de los civiles. Cada quien donde debe estar, sin la usurpación de funciones que tanto daño nos ha hecho como sociedad. Estamos hartos de oír esa predica falsa y hueca que los militares representan las mejores capacidades y talentos del país. Sus últimas actuaciones han dejado mucho que desear, quedando en evidencia la grosera obsesión de una cúpula para enriquecerse a costa de la miseria de millones de venezolanos.

Mucho cuidado con los atajos; cuidado con salidas violentas que resulten peor que la enfermedad que padecemos, colocando en Miraflores a otro militar, que sabemos cuando llegó al poder pero desconoceríamos cuando podría abandonarlo. Es hora de los políticos, es el momento de los ciudadanos, es la oportunidad de civiles absolutamente demócratas y republicanos para asumir las riendas de un país que se perdió en manos de un militar, que jugó a ser político y terminó como un autócrata más de los tantos que tuvimos en los siglos XIX y XX.

Los civiles al poder, los militares a los cuarteles, los empresarios a sus empresas, los productores agropecuarios a los campos, los maestros a las escuelas y universidades, y los buenos ciudadanos como garantes de buenos gobiernos y de la libertad y la justicia que sólo en democracia podemos disfrutar.

Profesor Titular de LUZ

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