La
diáspora
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
La revolución
chavista-madurista ha traído consigo procesos inéditos en el país. La
instauración de un andamiaje institucional a la medida del régimen, violando
flagrantemente la Constitución Nacional, es sin duda un proceso inédito en
Venezuela; ni siquiera visto en otras dictaduras que tuvieron el cuidado de
mantener por lo menos la formalidad legal.
La entrada al túnel criminal
de la hiperinflación, acompañada por cifras negativas del PIB por cuatro años
consecutivos que mantienen arruinada nuestra economía, también es algo nuevo
para los venezolanos. Nunca antes habíamos vivido tanta miseria. Este régimen
es el campeón mundial del hambre y la pobreza, todo lo que toca lo destruye;
ese comportamiento también es inédito en el planeta tierra.
Pero en esta oportunidad
vamos a referirnos a otro aspecto también desconocido para nosotros, como es la
migración de venezolanos en proporciones gigantescas. De ser un país de
inmigrantes pasamos a ser un país de emigrantes, con el atenuante que lo que
estamos viviendo se parece más a la huida de los desplazados y refugiados
experimentada por Colombia y por otras naciones europeas y africanas. Nuestra
gente se muere de hambre, no tiene empleos dignos y productivos, los azota la
inseguridad en las calles y en sus hogares y, frente a esta dolorosa realidad,
prefieren emigrar para mitigar las carencias que crecen con el pasar de los
días, aunque ello signifique separarse de sus familias y de sus afectos más
entrañables.
Las consecuencias de la
diáspora son dramáticas. A nivel familiar, en la esfera íntima y personal, la
diáspora deja en nuestros corazones un profundo vacío por los hijos, familiares
y amigos que se han visto obligados a abandonar Venezuela, en búsqueda de un
mejor porvenir. A nivel nacional ya estamos sintiendo el impacto de ese
fenómeno social. Se están perdiendo muchos talentos valiosos y necesarios;
hombres y mujeres inteligentes, bien formados y con una extraordinaria
capacidad profesional que, de ahora en adelante, estarán al servicio del
progreso de los países que los han acogido. La educación de la que nos
sentíamos orgullosos, está entrando en franca decadencia; los maestros y
profesores universitarios están renunciando de sus trabajos porque no les
alcanza el miserable sueldo que ganan; los médicos no cuentan con las
condiciones mínimas para desempeñar con eficiencia y dignidad su noble
profesión. En nuestro país, mientras nos gobierne esta mafia, los profesionales
no podremos ofrecer nuestros conocimientos y capacidades para contribuir con el
desarrollo nacional; sencillamente no valemos nada para este grupillo de
corruptos e ignorantes.
En cualquier oficina,
negocio, restaurante o comercio, las historias diarias son las renuncias
masivas de sus empleados porque, a pesar de horas extenuantes de trabajo, están
destinados a ser más pobres, pues, este régimen perverso y criminal abolió el
valor del trabajo como herramienta fundamental para escalar socialmente. Ya lo
importante no es si trabajas o no, porque lo que ganas, no importa cuánto, no
te alcanza para vivir con dignidad.
Y lo más lamentable es que
la diáspora va a incrementarse en este año que recién comienza; solamente un
cambio de rumbo político en el país puede detenerla. Según las encuestas
nacionales de Consultores 21, para el primer trimestre del 2017, el 30% de los
venezolanos manifestó su deseo de irse del país; a finales del año pasado, la
cifra se elevó a 40%. Lo más grave es que de ese 40%, más de la mitad (51%) son
jóvenes entre 18 y 24 años; el 55% pertenece a la clase media-alta; y, el 33%
forman parte de los estratos popular y marginal del país.
Emigrar ya no forma parte de
una minoría calificada que hizo planes de trabajo para marcharse a otros países,
con la idea de minimizar las dificultades que supone todo nuevo plan de vida.
Actualmente, la idea de emigrar está presente en las grandes ciudades, en
pueblos y caseríos y en los rincones más apartados de la geografía nacional,
especialmente, en estados fronterizos como Zulia, Táchira, Los Llanos y el Sur.
En las fronteras
venezolanas, las historias migratorias son dantescas. Hombres y mujeres que
literalmente huyen del país porque están muriendo de hambre, para pasar a
formar parte del círculo de nuevos indigentes en tierras extranjeras. Cúcuta,
Barranquilla, Manaos, Curazao y Bonaire, son ciudades que testimonian crudamente
el sufrimiento de nuestra gente. Imaginémonos por un instante cómo será la
situación que están viviendo acá, cuando prefieren ser indigentes en otras
naciones.
La última encuesta de
Consultores 21, correspondiente a diciembre de 2017, reporta igualmente que el
29% de las familias venezolanas tiene por lo menos uno de sus miembros fuera
del país; con semejantes cifras, se calcula que la diáspora es de más de 4
millones de venezolanos, la cual se incrementó a partir del 2014, con el inicio
del gobierno de Nicolás Maduro.
Si la situación del país
continúa deteriorándose vertiginosamente, tal como la visualiza todas las
proyecciones, pronto Venezuela será un país de viejos que vivirán de los
recuerdos de tiempos pretéritos, acariciando la esperanza que, más temprano que
tarde, pueda producirse el reencuentro con sus seres queridos, esparcidos por
todo el mundo. No tendremos una generación de relevo que, con su fuerza y
entusiasmo, contribuya con el desarrollo de la nación, replicando la realidad
de algunos países europeos donde la tasa de natalidad es negativa y los adultos
representan la mayoría de esas sociedades.
Que Dios nos ilumine y nos
provea de la sabiduría necesaria para que juntos podamos levantar a nuestra patria
de las cenizas y la oscuridad en la que se encuentra actualmente. Que nos llene
de fe, fortaleza y amor patrio para que cese la diáspora y volvamos a unirnos
en el trabajo fecundo que nos permita vivir por siempre en una Venezuela libre,
justa, luminosa y con oportunidades de progreso para todos. ¡Que Dios tenga
misericordia de Venezuela y de sus hijos!
Profesor Titular Emeritus de LUZ
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