Chantaje
y miedo
Efraín Rincón Marroquín
(@EfrainRincon17)
El chantaje y el miedo han
sido utilizados con inusitada habilidad por esta revolución. En tiempos de Chávez,
el chantaje estuvo asociado con la esperanza en un futuro promisorio que sólo
él podía proveer como salvador y corazón de la patria; mientras ese futuro llegaba
–todavía algunos lo siguen esperando-, creó las misiones para instaurar un
modelo asistencialista y de dependencia perniciosa de los sectores populares con el Estado, garantizándose
un mercado cautivo que en cada elección le dio los votos suficientes para
mantenerse en el poder por trece años consecutivos. El chantaje de Chávez fue
posible gracias a la abundancia de dólares con la que pudo crear una gama de
programas sociales que aparentemente satisfacían las necesidades más inauditas
de los venezolanos; hasta las mascotas y los árboles tenían su respectiva
misión. La montaña de petrodólares que ingresó al país, permitió que la
corrupción y los excesos más grotescos fueran el mecanismo de dominación
política del único y todopoderoso proveedor de los venezolanos.
Ahora con Nicolás Maduro, en
tiempos de vacas flacas, el chantaje revolucionario está mostrando su rostro
más criminal e inhumano, sustentado en el control de la miseria y el hambre de
los venezolanos. Después del peor saqueo a la Hacienda Pública hecho por
gobierno alguno y la destrucción de la economía nacional, el régimen se ha
visto obligado a direccionar sus beneficios sociales, concentrándolos básicamente
en la comida, a través de los CLAPS, el área más sensible y vulnerable de la
inmensa mayoría de los venezolanos.
El control del régimen tiende a
fortalecerse en la medida que se incrementa la escasez de los alimentos básicos
y los precios son inalcanzables debido a la hiperinflación, aunado al
aniquilamiento delincuencial de supermercados y abastos privados. Nada se mueve
en este país sin la autorización del régimen, incluyendo la producción,
importación y distribución de alimentos.
En este escenario, el régimen
se convierte prácticamente en el único proveedor de comida para millones de
venezolanos que viven en hambruna, quienes esperan con desesperación las cajas
CLAP para paliar el hambre por escasos días, porque ésta no alcanza para más.
Al propio tiempo, como el régimen es quien determina la fecha y las normas de
cualquier elección popular, empieza a prepararse para la elección presidencial
aprobando bonos –contra la guerra económica, navideños, para las embarazadas-,
proyectando así el mensaje que en este país sólo la revolución tiene los
recursos y la voluntad para beneficiar a la población, porque la oposición es
sencillamente la culpable del desmadre nacional.
El chantaje revolucionario
aflora en los venezolanos un sentimiento terrible y paralizante, como es el
miedo a perder lo poco a lo que pueden acceder en medio de tanta miseria. Y ese
miedo viola la dignidad humana, manteniéndonos esclavos de un amo que sólo le
importa el poder y los beneficios que de él se derivan para el disfrute de una
minoría corrupta, inmoral e incapaz.
El gran reto que tenemos por
delante es vencer el chantaje y el miedo que Maduro ha enquistado en el alma de
los venezolanos. Sólo así seremos capaces de liberarnos de esta pesadilla para
empezar la reconstrucción de una sociedad mejor para todos. Y, ¿a quién le
corresponde tan titánica tarea? La respuesta más sencilla es a todos los
venezolanos; pero en una sociedad civilizada se requiere de dirección y organización
para alcanzar las metas colectivas; lo contrario, es el inicio de la anarquía
que no resolverá la profunda crisis que estamos viviendo.
En tal sentido, es
fundamental un liderazgo responsable, fielmente comprometido con los supremos
intereses nacionales y con capacidad suficiente para impulsar el rescate de la
institucionalidad republicana, porque sin ésta cualquier iniciativa resulta
sencillamente una quimera. Necesitamos extirpar las raíces de este modelo que
pervirtió la esencia libertaria y democrática de los venezolanos.
La tarea es difícil pero no
imposible. Es fundamental renovar nuestras fuerzas y optimismo; recomponer todo
lo que está descompuesto; unir todo lo que se ha dividido; trazar nuevas
estrategias, dejando a un lado el inmediatismo y las falsas expectativas del
pasado. Es vital que el liderazgo opositor se reencuentre y acuerde, a través
del consenso, ciertas medidas que combatan la anomia en la que nos encontramos
actualmente y permita levantarnos nuevamente. Eso significa, entre otras cosas,
evaluar con mucho cuidado y total desprendimiento la elección presidencial de
este año.
De una vez por todas pisemos
tierra firme y convenzámonos que las condiciones actuales no permiten la
competencia de varios candidatos presidenciales de la oposición; necesitamos un
solo candidato, pero no cualquier candidato; uno que emerja del mayor consenso
nacional posible para impedir las heridas y desencuentros que normalmente dejan
las primarias. Ese candidato nacional debe acompañar a los venezolanos en sus
problemas y aspiraciones, sin necesidad que lo veamos como el mesías que viene
a salvarnos de la crisis, tal como lo hicimos con Chávez en 1998.
En estas circunstancias tan
difíciles que parece no haber salida, hace falta un líder que, impregnado de un
contundente apoyo popular, logre la conexión con la gente y pueda explicarles
que el chantaje revolucionario es una trampa caza bobos, que pretende
mantenernos de rodillas ante un régimen absolutamente incapaz de generar el
progreso que todos aspiramos. Ese chantaje lo desenmascaramos poniendo al
descubierto los errores y contradicciones del régimen, que son muchísimas por
cierto. Convenciendo, además, a los venezolanos que el chantaje de Maduro
significa más hambre, pobreza y servidumbre. Necesitamos, en consecuencia, que
el líder nacional presente propuestas que contribuyan con la solución de los
problemas y permita que la esperanza renazca de nuevo en nuestros corazones, en
las calles y en cada rincón de Venezuela. Esa es una manera de desterrar el
miedo que nos mantiene paralizados como sociedad.
El otro reto, no menos
importante, es exigir nuevas autoridades y normas electorales que garanticen la
transparencia, la equidad y la imparcialidad que demanda toda elección
verdaderamente democrática. Si esa exigencia no es posible satisfacerla,
entonces, muy a mi pesar, el régimen saldrá nuevamente victorioso a través del
fraude sistémico implantado en su modelo electoral.
Tenemos la obligación de
vencer el chantaje y el miedo, sólo así podremos combatir la dictadura
narco-comunista que pretende apropiarse de lo poco que aún nos queda, de
nuestra dignidad y de la aspiración de ser una nación libre y próspera por
siempre.
Profesor Titular
Emeritus de LUZ
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