martes, 23 de enero de 2018

Chantaje y miedo

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

El chantaje y el miedo han sido utilizados con inusitada habilidad por esta revolución. En tiempos de Chávez, el chantaje estuvo asociado con la esperanza en un futuro promisorio que sólo él podía proveer como salvador y corazón de la patria; mientras ese futuro llegaba –todavía algunos lo siguen esperando-, creó las misiones para instaurar un modelo asistencialista y de dependencia perniciosa  de los sectores populares con el Estado, garantizándose un mercado cautivo que en cada elección le dio los votos suficientes para mantenerse en el poder por trece años consecutivos. El chantaje de Chávez fue posible gracias a la abundancia de dólares con la que pudo crear una gama   de programas sociales que aparentemente satisfacían las necesidades más inauditas de los venezolanos; hasta las mascotas y los árboles tenían su respectiva misión. La montaña de petrodólares que ingresó al país, permitió que la corrupción y los excesos más grotescos fueran el mecanismo de dominación política del único y todopoderoso proveedor de los venezolanos.

Ahora con Nicolás Maduro, en tiempos de vacas flacas, el chantaje revolucionario está mostrando su rostro más criminal e inhumano, sustentado en el control de la miseria y el hambre de los venezolanos. Después del peor saqueo a la Hacienda Pública hecho por gobierno alguno y la destrucción de la economía nacional, el régimen se ha visto obligado a direccionar sus beneficios sociales, concentrándolos básicamente en la comida, a través de los CLAPS, el área más sensible y vulnerable de la inmensa mayoría de los venezolanos. 

El control del régimen tiende a fortalecerse en la medida que se incrementa la escasez de los alimentos básicos y los precios son inalcanzables debido a la hiperinflación, aunado al aniquilamiento delincuencial de supermercados y abastos privados. Nada se mueve en este país sin la autorización del régimen, incluyendo la producción, importación y distribución de alimentos.

En este escenario, el régimen se convierte prácticamente en el único proveedor de comida para millones de venezolanos que viven en hambruna, quienes esperan con desesperación las cajas CLAP para paliar el hambre por escasos días, porque ésta no alcanza para más. Al propio tiempo, como el régimen es quien determina la fecha y las normas de cualquier elección popular, empieza a prepararse para la elección presidencial aprobando bonos –contra la guerra económica, navideños, para las embarazadas-, proyectando así el mensaje que en este país sólo la revolución tiene los recursos y la voluntad para beneficiar a la población, porque la oposición es sencillamente la culpable del desmadre nacional.

El chantaje revolucionario aflora en los venezolanos un sentimiento terrible y paralizante, como es el miedo a perder lo poco a lo que pueden acceder en medio de tanta miseria. Y ese miedo viola la dignidad humana, manteniéndonos esclavos de un amo que sólo le importa el poder y los beneficios que de él se derivan para el disfrute de una minoría corrupta, inmoral e incapaz.

El gran reto que tenemos por delante es vencer el chantaje y el miedo que Maduro ha enquistado en el alma de los venezolanos. Sólo así seremos capaces de liberarnos de esta pesadilla para empezar la reconstrucción de una sociedad mejor para todos. Y, ¿a quién le corresponde tan titánica tarea? La respuesta más sencilla es a todos los venezolanos; pero en una sociedad civilizada se requiere de dirección y organización para alcanzar las metas colectivas; lo contrario, es el inicio de la anarquía que no resolverá la profunda crisis que estamos viviendo.

En tal sentido, es fundamental un liderazgo responsable, fielmente comprometido con los supremos intereses nacionales y con capacidad suficiente para impulsar el rescate de la institucionalidad republicana, porque sin ésta cualquier iniciativa resulta sencillamente una quimera. Necesitamos extirpar las raíces de este modelo que pervirtió la esencia libertaria y democrática de los venezolanos.

La tarea es difícil pero no imposible. Es fundamental renovar nuestras fuerzas y optimismo; recomponer todo lo que está descompuesto; unir todo lo que se ha dividido; trazar nuevas estrategias, dejando a un lado el inmediatismo y las falsas expectativas del pasado. Es vital que el liderazgo opositor se reencuentre y acuerde, a través del consenso, ciertas medidas que combatan la anomia en la que nos encontramos actualmente y permita levantarnos nuevamente. Eso significa, entre otras cosas, evaluar con mucho cuidado y total desprendimiento la elección presidencial de este año.

De una vez por todas pisemos tierra firme y convenzámonos que las condiciones actuales no permiten la competencia de varios candidatos presidenciales de la oposición; necesitamos un solo candidato, pero no cualquier candidato; uno que emerja del mayor consenso nacional posible para impedir las heridas y desencuentros que normalmente dejan las primarias. Ese candidato nacional debe acompañar a los venezolanos en sus problemas y aspiraciones, sin necesidad que lo veamos como el mesías que viene a salvarnos de la crisis, tal como lo hicimos con Chávez en 1998.

En estas circunstancias tan difíciles que parece no haber salida, hace falta un líder que, impregnado de un contundente apoyo popular, logre la conexión con la gente y pueda explicarles que el chantaje revolucionario es una trampa caza bobos, que pretende mantenernos de rodillas ante un régimen absolutamente incapaz de generar el progreso que todos aspiramos. Ese chantaje lo desenmascaramos poniendo al descubierto los errores y contradicciones del régimen, que son muchísimas por cierto. Convenciendo, además, a los venezolanos que el chantaje de Maduro significa más hambre, pobreza y servidumbre. Necesitamos, en consecuencia, que el líder nacional presente propuestas que contribuyan con la solución de los problemas y permita que la esperanza renazca de nuevo en nuestros corazones, en las calles y en cada rincón de Venezuela. Esa es una manera de desterrar el miedo que nos mantiene paralizados como sociedad.

El otro reto, no menos importante, es exigir nuevas autoridades y normas electorales que garanticen la transparencia, la equidad y la imparcialidad que demanda toda elección verdaderamente democrática. Si esa exigencia no es posible satisfacerla, entonces, muy a mi pesar, el régimen saldrá nuevamente victorioso a través del fraude sistémico implantado en su modelo electoral.

Tenemos la obligación de vencer el chantaje y el miedo, sólo así podremos combatir la dictadura narco-comunista que pretende apropiarse de lo poco que aún nos queda, de nuestra dignidad y de la aspiración de ser una nación libre y próspera por siempre.


Profesor Titular Emeritus de LUZ

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