miércoles, 31 de enero de 2018

El dilema de ir o no ir

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Un dilema aparece cuando por mucho tiempo hemos luchado por algo que contribuya a la solución de un conflicto y, cuando por fin llega la oportunidad, no sabemos cómo actuar porque nos asalta la duda sobre su conveniencia. Eso nos está ocurriendo a los venezolanos en estos momentos, a propósito de la convocatoria de elecciones presidenciales para finales del primer cuatrimestre del 2018. Queríamos elecciones y ahora estamos deshojando la margarita.

Sin duda es una decisión muy difícil que debemos resolver con inteligencia, unidad y estrategia. De lo contrario, terminaremos devorados por el régimen. Dice el adagio popular que “la peor diligencia es la que no se hace”. En consecuencia, estamos irremediablemente obligados a actuar, ya sea en una u otra dirección, pero debemos decidir correctamente y con el mayor consenso posible, pues, la oposición no puede darse el lujo de seguir cometiendo más errores.

Sin pretender dictar cátedra desde esta columna, resulta pertinente reflexionar sobre algunas ideas en torno a la coyuntura nacional. Ante todo, es recomendable que los dirigentes de la oposición renuncien a la incontinencia verbal y al virus de la candidaturitis, a fin de evitar más daño a la deteriorada confianza que la mayoría de los venezolanos posee sobre políticos y partidos. Por su propio beneficio es bueno que, antes de emitir cualquier opinión desenfocada, asuman con responsabilidad la necesidad de llegar a acuerdos productivos que demuestren su madurez política y el compromiso auténtico con los venezolanos. En tal sentido, antes de anunciar una aspiración presidencial, es fundamental tener una estrategia coherente sobre la conveniencia de participar o no en esa contienda electoral. Lo demás son anuncios extemporáneos y carentes de toda lógica que sólo benefician al régimen.

El otro aspecto es descifrar con seriedad y en profundidad el dilema de ir o no ir a las elecciones, antes de hacer pronunciamientos ligeros que, a las primeras de cambio, manifiestan que está absolutamente cerrada la posibilidad de participar; o, por el contrario, que indistintamente de las condiciones electorales, se debe participar. Ambas opciones deben ser cuidadosamente analizadas. Las posiciones radicales no pueden formar parte de las alternativas para una decisión tan compleja como ésta. Debemos actuar con sentido común y en sintonía con la crisis descomunal que ha generado este régimen. Lo que pretendo subrayar es que cualquiera sea la decisión, debe contar con el consenso unánime –cuando menos mayoritario- de los factores de oposición. La división de los factores democráticos es el peor daño que podemos hacerle a la lucha por el rescate de la libertad de Venezuela.

Hasta el momento de escribir este artículo no había salido humo blanco del diálogo en Dominicana. Entiendo que el tema electoral es la piedra de tranca para alcanzar un acuerdo beneficioso para el país. Pareciera que todo dependerá de los resultados a los que llegue el diálogo. En caso que existiesen las condiciones mínimas para participar en las elecciones, deberían acordarse los puntos siguientes: a) decisión unánime de participar en las elecciones, lo cual supondría la recomposición unitaria de la oposición, una fractura opositora sería desastrosa; b) candidato único seleccionado por consenso nacional. No tenemos tiempo ni recursos para unas primarias en las que participarán dirigentes que no generan entusiasmo ni convocan la esperanza nacional; además, tendría más chance de ganar aquel que tenga una mejor maquinaria electoral que no necesariamente representa el genuino sentimiento de las mayorías nacionales, sobre todo frente a un fuerte abstencionismo. Debe ser un líder que sienta que el poder es la vía más expedita de servirle al país, con absoluto desprendimiento, y con vocación de inclusión para convocar a la reconstrucción de Venezuela. Ese líder puede estar dentro de los partidos, en las empresas, en la sociedad civil. Debe ser una voz que le hable a la nación con autoridad y con suficiente capacidad para reorientar el rumbo del país, señalando los sacrificios que debemos hacer pero, al propio tiempo, sembrando la esperanza en un destino promisorio. Lo reitero nuevamente, Venezuela no necesita un mesías, ni un iluminado y mucho menos un charlatán de los que abundan en situaciones de crisis; necesitamos un estadista que se comprometa a gobernar en la transición, sin más aspiraciones que el rescate de la libertad, la institucionalidad democrática y las oportunidades de progreso para todos los venezolanos. Ese será su mayor honor y no la búsqueda del poder para beneficios personales y grupales; c) se supone que la participación de la oposición estaría sustentada en condiciones electorales equitativas, en cuyo caso parte de la campaña tendría que dedicarse al rescate del valor del voto para combatir la abstención que ha crecido significativamente en las dos últimas elecciones, además, de tratar con responsabilidad y seriedad el tema de la organización electoral, tantas veces mal manejada; y, d) la campaña debe servir, además, para profundizar las contradicciones del régimen y el chantaje revolucionario, ofreciendo un plan mínimo de gobierno que genere confianza para la recuperación del país lo más prontamente posible. Decirles a los venezolanos, como me refirió un buen amigo politólogo, ¿ustedes quieren ir a La Habana o a Copenhague? Si prefieren La Habana, quédense con Maduro; si quieren ir a Copenhague, entonces, vamos a luchar para hacer realidad las legítimas aspiraciones de millones de venezolanos.

Si, por el contrario, la decisión es no participar, la oposición tiene el deber insoslayable de explicarnos las razones que motivan dicha decisión, que igualmente debe ser tomada por unanimidad. Porque si sale a la palestra electoral un “opositor” financiado por el régimen, entonces, los esfuerzos acometidos podrían no dar los resultados esperados. En ese escenario, no sólo basta con manifestar la no participación electoral, sino establecer un plan que contribuya con la implosión del régimen y, en consecuencia, la materialización del cambio político del país.

En ambos escenarios, el acompañamiento y comprensión de la comunidad internacional son vitales, más cuando ha manifestado su interés por la crisis venezolana, proponiendo alternativas para su solución a mediano y largo plazo. Necesitamos la ayuda internacional, especialmente para enfrentar la crisis humanitaria, pero ésta sólo podrá ser efectiva si internamente los factores de oposición demuestran unidad, coherencia, inteligencia y estrategia para alcanzar los objetivos. De lo contrario, no podemos pedirle a los extranjeros lo que los propios venezolanos no hemos querido hacer para salvar a Venezuela.
Hago votos para que podamos tomar una decisión inteligente y racional en las circunstancias más complejas que nunca antes ha vivido el país. Es el momento del desprendimiento y la grandeza nacional y de hacer renacer la confianza y la esperanza perdidas; debemos estar convencidos que juntos podemos alcanzar el propósito supremo, porque las ansías de libertad y progreso de los venezolanos son inmensamente más grandes que las miserias y la degradación  a la que nos quiere someter este régimen.

Profesor Titular Emeritus de LUZ  

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