miércoles, 10 de enero de 2018

Año nuevo, vida dura

Efraín Rincón Marroquín (@EfrainRincon17)

Una popular canción venezolana de la Billo`s Caracas Boys, entona alegremente “año nuevo, vida nueva más alegres los días serán; año nuevo, vida nueva con salud y prosperidad…”, recordándonos que con la llegada de un nuevo año las cosas cambian, trayéndonos alegría y bienestar. En todo caso, la canción hace referencia a la esperanza que, más que un sentimiento, representa una actitud invaluable frente a la vida por difíciles que sean las cosas.

Pero desde hace bastante tiempo, el régimen se ha encargado hábilmente de ir erosionando la poca esperanza que atesoramos los venezolanos, para dar paso a la desesperación y a la impotencia que produce ver cómo unos desalmados destruyen el país, llenándolo de hambre, miseria y atraso.

La maldad de este régimen no tiene pausa; no desaprovechan un segundo de sus miserables vidas para agravar esta pesadilla que lleva diecinueve años y, para la inmensa mayoría, empieza a hacerse insoportable e invivible. Ni siquiera nos dieron tiempo, después del cañonazo de año nuevo, para soñar con metas que permitan mejorar nuestra deteriorada calidad de vida. No tienen misericordia con los venezolanos. La dura realidad impide que tomemos oxígeno para seguir en la dura lucha de cada día.

No hacen falta pronósticos y proyecciones de expertos para saber y sentir con profundo dolor que el 2018 será más catastrófico que el año anterior. La economía, principal dolor de cabeza de los venezolanos, seguirá empeorando peligrosamente. La inflación continúa haciendo estragos en el presupuesto familiar, convirtiendo en miserables a los más pobres y empobreciendo estruendosamente a la exigua clase media venezolana. Nadie saldrá ileso de esta criminal hiperinflación, excepto los que integran la elite mafiosa que nos mal gobierna. La trágica situación económica se refleja con su mayor crueldad, no en las cifras frías de los indicadores económicos, sino en el deterioro físico y la delgadez de la gente que ya no puede esconder el hambre y la desesperación. Estamos frente a una crisis humanitaria de dimensiones colosales, en la que la hambruna empieza a destacarse como un rasgo característico de la sociedad venezolana. Nunca antes país alguno de la región, había experimentado semejante estado de postración, habida cuenta que no existe nada que justifique este desenlace.

Por otra parte, el desabastecimiento de alimentos, medicinas e insumos básicos aumentará alarmantemente conforme pasen los días. Ya, en los primeros días del mes de enero, los anaqueles de abastos y supermercados lucen vacíos; apenas ofrecen productos que no forman parte de la dieta básica. Este sombrío panorama va a complicarse porque no existen políticas gubernamentales para incentivar la producción nacional, aunado a los controles y fiscalizaciones arbitrarias que impiden que la economía recobre la confianza tan necesaria en tiempos de populismo revolucionario.

El nuevo año inició con saqueos en las principales ciudades del país; unos provocados por el hambre y la imposibilidad de adquirir alimentos para sus familias; otros, por razones delictivas amparadas en la impunidad y la pérdida de valores esparcidos a lo largo y ancho del país. Colas interminables para tratar de comprar lo poco que queda a precios inalcanzables que cambian en cuestión de horas. Por si fuera poco, el colapso de los servicios públicos complementa el rosario de problemas que debemos enfrentar cotidianamente; cortes y apagones eléctricos diariamente y comunidades oscuras y repletas de basura que afectan la frágil salud de los venezolanos.

El país se cae a pedazos y son más los venezolanos que piensan que la única salida es huir, a cualquier parte sin planes de ningún tipo, porque lo importante es salir de este infierno legado del comandante supremo. ¡Cuánto dolor ver a mi hermoso país en condiciones tan miserables!

Y lo peor es que no se vislumbra una solución racional de esta crisis que nada ni nadie puede o desea detener. El gobierno sigue empecinado en responsabilizar a terceros de su estruendoso fracaso y de su incapacidad para gobernar la nación; no obstante, el régimen acumula poder a través de un masivo y sistémico fraude electoral y en la más perversa dominación política, como es el control del hambre y de la miseria de los ciudadanos. Esta es una dictadura absolutamente criminal e inhumana; la vida y la dignidad humanas son valores que no existen en su conciencia.

Por otro lado, observamos a una oposición que se tomó en serio la letra de una de las canciones de Shakira “bruta, ciega, sordomuda, torpe, traste y testaruda”; no dice ni hace nada y sigue pensando que algún acontecimiento cósmico y sobrevenido resolverá el cataclismo generado por esta revolución corrupta, incapaz e inmoral. Mientras tanto, tal como niños malcriados pelean y se desacreditan entre sí, haciendo añicos la unidad que por un tiempo generó más éxitos que fracasos en esta cruenta batalla contra el chavismo-madurismo. Una oposición atomizada que subestima a la dictadura madurista, creyendo que con las trampas y condiciones inequitativas e ilegales impuestas por este CNE, podremos salir de una dictadura que se mantendrá en el poder, aunque sea con votos que sólo existen en las mentes retorcidas de sus estrategas y de las rectoras electorales.

La situación es complicada y sumamente peligrosa, explosiva podríamos decir. Cualquier cosa puede pasar, incluso, no pasar absolutamente nada y, de manera inexorable, perdamos la oportunidad de rescatar la libertad y la institucionalidad democrática secuestradas por una plaga que jamás debió llegar al poder.  

Dice el adagio popular que “no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista”, pero es necesario hacer el trabajo y hacerlo bien para obtener mejores resultados. Por lo pronto, es vital reconstruir la unidad de la oposición, transformándola en una instancia incluyente, con una visión estratégica a mediano y largo plazo, desprendida de intereses particulares y decidida a conquistar la confianza y la esperanza en la inmensa mayoría nacional. Una unidad con suficiente fuerza popular y autoridad moral para exigir nacional e internacionalmente condiciones electorales justas, incluido el nombramiento de un CNE institucional y verdaderamente imparcial. Otra cosa urgente, es que la oposición no se contagie de candidaturitis presidencial y prevalezca el sentido común al seleccionar a un candidato de unidad nacional, en el que todos nos sintamos representados. Ello serviría, además, para enviar un mensaje claro y contundente al mundo sobre la decisión férrea que nos motiva para rescatar la democracia y sembrar la libertad en terreno fértil para que nadie más vuelva a arrebatárnosla.

De lo contrario, no tendremos vida para pagar con lágrimas, sudor y sangre la instauración definitiva del más criminal y perverso régimen político, como es el comunismo chavista-madurista del siglo XXI. O trabajamos inteligente e incasablemente para elegir a un nuevo gobierno en el 2018, o la dictadura acabará con todos los que aún vivimos en Venezuela.

Profesor Titular Emeritus de LUZ

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